jueves, 1 de abril de 2010

(¯`·._)origen y motivos de las primeras huelgas(¯`·._)




Las grandes huelgas y represiones sangrientas de comienzos del siglo XX


La propaganda realizada por sus diversas publicaciones, en don­de denuncian los abusos del capitalismo y las míseras condiciones de vida de las multitudes laboriosas; la constitución de sus pri­meras organizaciones de lucha, y la presentación de coyunturas especiales, de carácter económico, provocan las primeras huel­gas violentas y las anexas represiones de las autoridades, de nuestra historia social.

Desde fines del siglo XIX, en 1898, se desatan grandes huel­gas. Se inician en Iquique, llegan a Santiago y afectan a diversos puertos. De estas huelgas, alcanzan caracteres extraordinarios la de diciembre de 1901 y enero de 1902, en Iquique, dirigida por la Combinación Mancomunal de Obreros de Iquique. Durante 60 días se mantuvieron firmes los distintos gremios del puerto, a pesar de la prisión de Abdón Díaz, presidente de la Manco­munal, y de diversas medidas ensayadas para romperla. Más tar­de se suceden huelgas continuas en Antofagasta, Lota (mayo 1902), Valparaíso (agosto 1902), Santiago (en abril de 1902, en la Empresa de Tracción Eléctrica, con mítines, desfiles, sablazos y heridos), Tocopilla (en diciembre y enero de 1903, los lan­cheros permanecen paralizados más de 30 días). El 28 de enero de 1903 estalló una huelga general en la región carbonífera, di­rigida por la Federación de Trabajadores de Lota y Coronel, que duró 43 días. Fuerzas militares y marinería del "Zenteno" pro­vocaron diversos muertos y heridos.

El 15 de abril de 1903 se inició en Valparaíso un movi­miento que alcanzó contornos dramáticos. Se declararon en huel­ga 600 estibadores de la P.S.N.C. al serles rechazadas sus peti­ciones cíe mejoramiento económico. Se sumaron a ellos los es­tibadores de la C.S.A.V., los vaporinos, tripulantes, lancheros, has­ta paralizarse totalmente el Puerto. Se agregan los jornaleros de aduana. Los patrones y las compañías traen, entonces, gente de afuera, originándose incidentes graves. En Santiago se realizan actos de solidaridad, el 11 de mayo, y en ellos se destaca como orador el dirigente anarquista Magno Espinoza. El 12 de mayo, en el Puerto, los huelguistas llegan a los muelles a impedir el trabajo de los rompehuelgas, produciéndose violentos choques, con muertos y heridos. Desembarca la marinería, pero se niega a disparar. Los obreros incendian el edificio de la Compañía Sud­americana de Vapores; luego, tratan de quemar "El Mercurio", cuyo personal mata a siete manifestantes. (Desde entonces lo denominaban "Matasiete".) Incendian el malecón y diversos edi­ficios; asaltan agencias de préstamos y despachos. Hubo más de 50 muertos y 200 heridos, y centenares de detenidos. El Go­bierno envió seis regimientos para mantener el orden público. Sólo el 16 de mayo volvió la normalidad a Valparaíso. La so­lución del conflicto quedó entregada a una Comisión Arbitral, y ésta dio su fallo el 4 de agosto, haciendo plena justicia a las aspiraciones de los huelguistas.

El 12 de mayo tuvo grandes repercusiones y pasó a ser una fecha símbolo para los obreros y, con razón, se ha afirmado que es la manifestación revolucionaria inicial de la cíase trabajadora chilena, indicando el comienzo de una lucha de clases activa.

Se desencadenan nuevas huelgas en Antofagasta, Valparaíso (julio-agosto 1903), Santiago, Coronel, Taltal, Chañaral. En enero-febrero de 1904, durante 30 días, estuvieron en huelga los mi­neros del carbón en Lota; en setiembre del mismo año se para­lizaron las oficinas salitreras del interior de Tocopilla. Para so­focarla, intervinieron tropas y barcos de guerra, quedando varios muertos. En esta "operación" se distinguió el Comandante de la I División, general Roberto Silva Renard.

El 22 de octubre de 1905 las clases laboriosas de Santiago realizan un gran mitin en la Alameda, convocado por el "co­mité pro-abolición del impuesto al ganado argentino" (del cual era miembro Luis E. Recabarren), y al que asisten cerca de 30.000 personas. En ese instante estaba renunciado el Gabinete, y el Ejército se encontraba en maniobras en Quechereguas. Una delegación se trasladó a la Moneda llevando las conclusiones del Comicio. El pueblo quiso entrar a la Moneda, y se produjo un choque con la policía. Toda la tarde del domingo hubo inciden­tes entre los manifestantes y la policía. Se formó una guardia blanca, que unida a los bomberos armados comete tropelías y exaspera a las masas; ocurren desmanes y quedan numerosos he­ridos. El lunes se declara una huelga general. El pueblo asalta agencias, despachos y castiga a numerosos especuladores. La po­licía dispara, haciendo numerosas bajas: alrededor de 70 muer­tos y 300 heridos, y 530 detenidos. ("El Ferrocarril".) La policía tuvo que retirarse de la Capital a reunirse con el Ejército; el pueblo tomó posesión de las comisarías. El martes llegó el Ejér­cito a Santiago, siendo convertido en campo de batalla. No se supo el número exacto de muertos y heridos[1].

La semana roja fue la protesta multitudinaria por el enca­recimiento de la vida (sobre todo, del alza del precio de la car­ne), los bajos salarios, la incapacidad e incomprensión del Go­bierno y de los partidos políticos para solucionar los problemas que agobiaban a las clases modestas.

La represión del movimiento de Santiago no atemorizó a los sectores populares, y nuevas huelgas estallan en Valparaíso, Pisagua, Coquimbo, Punta Arenas.

En Antofagasta, el 1 de febrero de 1906, los operarios del ferrocarril de Antofagasta a Bolivia presentan a su administra­dor una solicitud, pidiendo hora y media para almorzar, pues con una hora no alcanzaban a llegar a tiempo, motivo por el cual los multaban y castigaban abusivamente. Es rechazada, y dos días después se declaran en huelga; se les unen los obreros do la Compañía de Salitres (quienes solicitan un 20% de aumento de salarios); pronto solidariza la Mancomunal y se paran los portuarios y fábricas. Llega el crucero "Blanco Encalada", desembarca tropas con ametralladoras; se forman guardias de oí den. El martes 6 de febrero se lleva a efecto un mitin en la plaza Colón. La guardia de orden y la tropa disparan: quedan 48 muertos. El pueblo desesperado quema agencias, diarios, al­macenes. La represión total dejó más de 100 muertos. Fue aprehendido Recabarren, candidato a diputado; se clausuró "La Van­guardia" y se apresó a su personal y al del periódico "El Ma­rítimo". (No obstante, Recabarren fue elegido diputado.)

La ola de huelgas no se detiene: en Santiago (una gran huelga ferroviaria que duró mes y medio, a raíz de su exigencia de (junio el pago de los salarios se hiciera en moneda de 16 d.); en Concepción (junio de 1906), Valdivia, Coronel...

El 1 de mayo de 1906 adquirió grandes proporciones. En Santiago desfilaron más de 10.000 obreros. En el comicio el orador principal fue Luis E. Recabarren. Asimismo fue grandioso en Valparaíso, bajo la dirección de la Confederación Mancomunal de Trabajadores de Chile.

En 1907 las huelgas prosiguen a lo largo del país, y la celebración del 19 de mayo sirvió para exteriorizar una vez más el fervor de las clases laboriosas. En Santiago se paralizaron todas las faenas, y en el desfile participaron más de 30.000 personas, terminando en un gran mitin en el Parque Cousiño. El acto fue dirigido por la recién fundada Mancomunal y la Federación de Trabajadores de Chile. Alcanzó grandes caracteres esta celebración en Iquique, Valparaíso, Talca, Concepción, Valdivia...

Pero más tarde, el 27 de mayo, estalló una huelga en la Maestranza de los FF. CC. del Estado, en Santiago, siendo apoyada por las demás maestranzas del país, haciéndose total. Duró hasta el 10 de junio. Diversos gremios solidarizaron y plantearon sus propias reivindicaciones.

En diciembre de 1907 se produjeron numerosas huelgas en el norte. El 13 paralizó la Oficina de San Lorenzo, y pronto se propagó a las diversas zonas de la Pampa. Los obreros abando­nan los campamentos, y en columnas ordenadas bajan a Iquique. Los obreros de Iquique también se paran. Se reúnen más de 20.000 trabajadores en la Escuela Santa María. Eligen su co­mando y redactan su pliego de peticiones; aseguran el normal abastecimiento de alimentos y el problema de la habitación, e impiden que se altere la tranquilidad. Estos hechos son, incluso, reconocidos por la prensa de derecha. El Comité de Huelga lo preside el obrero-mecánico José Briggs (presidente de la Socie­dad de Socorros Mutuos Unión Pampina) y vicepresidente es Luis Olea, destacado dirigente anarquista, y lo integran repre­sentantes de las diversas oficinas del Cantón.

Las aspiraciones de los obreros quedan condensadas en un petitorio digno de conocerse:

"Reunidos en Comité los represen­tantes de las Oficinas participantes, plantean el siguiente acuer­do:
1) Aceptar que, mientras se supriman las fichas y se emita dinero sencillo, cada oficina, representada y suscrita por su ge­rente respectivo, reciba las fichas de otra oficina y de ella misma a la par, pagando una multa de cinco mil pesos, siempre que se niegue a recibir las fichas a la par.
2) Pago de los jornales a razón de un cambio fijo de dieciocho peniques (18 d).
3) Li­bertad de comercio en las Oficinas en forma amplia y absoluta.
4) Cerramiento general con reja de hierro de todos los cachuchos y achulladores de las Oficinas Salitreras, so pena de cinco a diez mil pesos de indemnización a cada obrero que se malogre a con­secuencia de no haberse cumplido esta obligación.
5) En cada Oficina habrá una balanza y una vara al lado afuera de la pul­pería y tienda para confrontar pesos y medidas.
6) Conceder local gratuito para fundar escuelas nocturnas para obreros, siem­pre que algunos de ellos lo pidan para tal objeto.
7) Que el ad­ministrador no pueda arrojar a la rampla el caliche decomisado y aprovecharlo después en los cachuchos.
8) Que el adminis­trador ni ningún empleado de la Oficina pueden despedir a los obreros que han tomado parte en el presente movimiento, ni a los jefes sin un desahucio de dos o tres meses, o una indemni­zación en cambio de trescientos o quinientos pesos.
9) Que en el futuro sea obligatorio para obreros y patrones un desahucio de quince días cuando se ponga término al trabajo.
10) Este acuerdo, una vez aceptado, se reducirá a escritura pública y será firmado por los patrones y por los representantes que designen los obreros.
Iquique, 16 de diciembre de 1907. Briggs y demás, delegados de las Oficinas".

Al Comité Pampino se agregaron los representantes de los gremios de Iquique. Se mantiene el más perfecto orden y, prác­ticamente, asume la dirección de la ciudad. El 15 llegó el inten­dente Carlos Eastman, con gran séquito militar (regimientos, barcos de guerra, marinería con ametralladoras). Los salitreros no quisieron ceder ante la presión de los obreros, porque ello significaba una imposición que anularía "el prestigio moral que siempre debe tener el patrón sobre el trabajador", para el man­tenimiento del orden en las faenas. La autoridad capituló ante los salitreros y empezó a reprimir con las armas a los obreros. El 21 de diciembre, Roberto Silva Renard ordenó una espantosa masacre. La defendió en las siguientes frases: "Había que de­rramar la sangre de algunos amotinados o la ciudad entregada a la magnanimidad de los facciosos que colocaban sus intereses, sus jornales, sobre los grandes intereses de la patria... Ante el dilema, las fuerzas de la nación no vacilaron". (Informe del ge­neral R. Silva R. al Gobierno, publicado en "El Ferrocarril", de 15 de febrero de 1908.) Más de 2.000 muertos, entre ellos el di­rigente Luis Olea y varios obreros bolivianos, peruanos y argen­tinos, quedaron en las calles de acceso a la Escuela Santa Ma­ría. Rendidos los obreros fueron trasladados al Club de Sport, donde la masacre continuó; luego fueron embarcados en trenes al interior, con nuevos muertos, ante las numerosas negativas de volver al infierno blanco.

El Gobierno aprobó la actitud de Eastman y Silva Renard, clausuró "El Pueblo Obrero", de Iquique; empasteló "La Refor­ma" y "La Época", de Santiago.

La masacre silenció la Pampa y significó un retroceso mo­mentáneo del movimiento obrero; pero pronto se desataron nuevas huelgas a lo largo del país y prosigue la tenaz lucha del pro­letariado por su emancipación.

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